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24 de diciembre de 2010

Los Mercados Navideños en Bruselas y Valonia






Lieja y su ambiente de mercados.



La ciudad de Spa cubierta de nieve mientras celebra sus Mercados Navideños.



Diferentes aspectos de Bruselas en días prenavideños



Nos recibió la capital belga con seis grados bajo cero mientras caía la tarde y el sol doraba los edificios engalanados con luces blancas para recibir la Navidad. Los belgas celebran sus fiestas con alegría y en la calle. No parecía que el frío les afectara.

El hotel Le Meridien sería nuestro hogar en Bruselas, un hotel muy céntrico situado junto a la estación central. Nos dicen que en este hotel se alojan a los eurodiputados portugueses cuando van a Bruselas.

Hacia algunos años que no visitaba la ciudad. Lo más sorprendente son los enormes edificios acristalados del Parlamento Europeo y de todos los demás destinados al efecto, el resto no ha cambiado mucho, no tanto como otras ciudades españolas, por ejemplo, donde se han dedicado a destruir para construir edificios de viviendas. La especulación del suelo en Bruselas no cuaja. Y gusta comprobarlo.

Comienza nuestro recorrido y nos encaminamos a la Grand Place, bellísima, donde contemplaríamos extasiados el espectáculo de luz de la fachada gótica del Ayuntamiento. Los colores se iban sucediendo del rojo, al azul, al violeta, al verde, llenando de fantasía el ambiente. La música, con temas navideños, complementaba el espectáculo. Las miradas de los niños y de los mayores seguían los movimientos de las evoluciones que el juego de colores iba transformando la Grand Place.

Nos encaminamos entre los numerosos y bulliciosos mercadillos hacia el famoso Mannenken Pis, el niño que orina de forma incontenida, para la ocasión tocado con un gorrito moruno granate. Junto a la fotografiada estatua, El Mannenken pis Café, donde degustamos la famosa cerveza La Chouffe, en copas con el mismo nombre. En Bruselas es costumbre beber una determinada marca servida en copa que la lleva también. En la Plaza Saint Catherine nos detenemos en uno de los puestos para tomar vino caliente, el glüwein, que ayudará a calentarnos un poquito y a templar nuestras heladas manos que, ni siquiera con gruesos guantes soportaban el frío. Mientras nos deteníamos a curiosear entre los diferentes mercadillos nos percatamos de que los belgas ríen, hablan, comen y beben y no parecen que se inmuten por las bajas temperaturas que, para entonces, han descendido considerablemente. El color y la alegría es la nota dominante de la noche callejera de Bruselas.

Cenamos en el típico restaurante “Le café du Vaudeville” y tras una relajada tertulia nos dirigimos al hotel para descansar.

A la mañana siguiente nos esperaba el coche que nos llevaría a Spa, la ciudad donde se celebra el Gran Premio de Automovilismo de Francorchamps. El conductor, un simpático colombiano de porte elegante y educado, nos dice que se encuentra feliz en Bruselas pues tiene trabajo, dinero, amigos y una casa confortable. También está relajado porque en Bélgica se confía en sus gobernantes y no se atisban los conflictos que existen en su país y en otros muchos. Esta misma sensación la tiene Sebastian, el joven mejicano que trabaja en Turismo de Bruselas y nos acompañó durante todo el tiempo que duró nuestra visita a Bélgica.

La nieve nos acompañaría durante el viaje hasta llegar a la ciudad de SPA, donde la nieve cubría calles, tejados, parques, montañas, árboles y cualquier elemento callejero. La nieve lo cubría todo. Un bello paisaje para celebrar la navidad y disfrutar de sus mercados navideños, todos instalados entre el manto blanco. Apostados a lo largo de las calles, los puestos ofrecían, ropa de invierno como gorros, guantes, botas, abrigos y chaquetas confortables. En Bélgica no se ven abrigos de pieles por ninguna parte. También se vendían figuritas y adornos de colores, gastronomía típica, así como verduras y frutas. Un trío, ya madurito, compuesto por dos hombres y una mujer cantaban para recoger dinero para una ONG. La nieve casi cubría sus pies y caía sobre sus rostros mientras ellos sonreían y seguían cantando.
La ciudad de Spa es famosa desde época romana por sus baños y el centro termal. Incluso existen versiones que indican que el término moderno Spa, se refiere a un lugar de ocio y salud, con piscinas y tratamientos de relajación basados en el agua. De ahí el moderno término spa y que da nombre a la ciudad. A través de un espectacular funicular, accedimos a este recinto donde algunos turistas disfrutaban de los numerosos servicios que ofrece el balneario. Las vistas desde aquella altura, espectaculares.
El almuerzo en esta ocasión, en el restaurante “L´Aauberge” donde degustamos una sabrosísima comida servida con exquisito gusto, detalle y amabilidad por parte de los empleados. Tras la inevitable tertulia de sobremesa nos dirigimos a la ciudad de Lieja, la más importante de Valonia. Se reavivan los recuerdos y me viene a la memoria la bellísima Paola de Lieja que, en mi juventud, inundaba las revistas españolas. Nos alojamos en el Hotel Ramada Plaza, junto al río Mosa que atraviesa la ciudad. El día se extinguía y una neblina envolvía la ciudad.
Lieja ha tenido importantes personajes como Carlomagno, Jean del Cour, nacido en 1627, un artista barroco, cuyas obras se distribuyen por toda la ciudad en esculturas, pinturas o murales y otros muchos, pero tal vez el más influyente sería San Lamberto, obispo de Maastricht, quién reprendió a Pipino el Joven por su relación adúltera con Alpaida. En venganza, su hermano Dodón tramó el asesinato de Lamberto. Su sucesor el obispo Hubert mandó repatriar sus reliquias y transfirió el obispado de Maastricht a Lieja.
La vida de Lieja es bulliciosa y alegre por los muchos universitarios que viven en ella, lo que pudimos apreciar en el largo y entretenido paseo entre los diferentes mercadillos donde volvimos a beber el vino caliente y comer algunas raciones de queso y carne en pinchitos. Mientras nos dirigíamos al restaurante pudimos admirar la pista de hielo por la que se deslizaban jóvenes y niños. Rodeando la pista numerosos puestos ambulantes donde se podían comprar objetos de regalo y la típica gastronomía, como chocolates y bebidas. Cenamos en el restaurante “La Maison du Peket”, un recoleto lugar al que se accede por un precioso patio cubierto de nieve.
A la mañana siguiente, de la mano de Antonio un guía italiano de Sicilia que tampoco se acostumbra al frío pero que compensa el bienestar que siente en Bélgica nos llevó a recorrer la ciudad de día. Las sorpresas las fuimos encontrando a cada paso. Para comunicar la ciudadela con la ciudad hay que salvar 374 escalones. Se la llama la Montaña de Bueren. Por ella suben y bajan las gentes de Lieja continuamente sin importarle demasiado, ni parece que exijan a sus autoridades un ascensor, pues le restaría su natural encanto.
El frío de Lieja era insoportable y teníamos que hacer verdaderos esfuerzos para no helarnos mientras Antonio se paraba para explicarnos detalles del Cour Saint-Antoine y de sus construcciones del siglo XVII y XVIII, el Hors-Château, la arteria más importante de la ciudad donde se conservan antiguos palacios dieciochescos, la Église Notre-Dame.de.lÍmmaculée-Conception, cuya fachada de estilo barroco muestra el escudo de armas del príncipe obispo Maximiliano Enrique de Baviera, o el Museo de la Vie Wallonne en el que se pueden admirar numerosos documentos y objetos relacionados con la vida cotidiana de las provincias francófonas de Bélgica.

Han bastado tres días para saborear la Pre Navidad en tres ciudades distintas pero que guardan la misma filosofía y el mismo espíritu. Bélgica merece la pena, pese al frío.

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